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El libro patriarcas y profetas es un material valioso que complementa el estudio de la palabra de Dios. Encontrar valiosas lecciones del pueblo de antaño a través de sus experiencias, es un importante aspecto de motivación y afianzamiento en la fe que nos invita a depender totalmente de dios y a aceptar sus mandatos a pesar de las circunstancias. Entre algunos párrafos e ideas valiosas de esta obra cumbre, encontramos algunas como:
En el cielo reinaba la paz. Todo era perfección y en obediencia los celestes ángeles daban loor y honra a Dios. Jesucristo fue reconocido como uno igual a Dios y se le fue concedido el loor que al padre se le tributaba. Sin embargo, en el mismo cielo se originó el pecado. Satanás permitió que en su corazón surgieran sentimientos de egoísmo, envidia y pronto su corazón pervirtió su pensamiento. Ahora la perfecta armonía del cielo estaba quebrantada. La disposición de Lucifer de servirse a sí mismo en vez de servir a su Creador, despertó un sentimiento de honda aprensión cuando fue observada por quienes consideraban que la gloria de Dios debía ser suprema. Reunidos en concilio celestial, los ángeles rogaron a Lucifer que desistiese de su intento. El Hijo de Dios presentó ante él la grandeza, la bondad y la justicia del Creador, y también la naturaleza sagrada e inmutable de su ley. Dios mismo había establecido el orden del cielo, y, al separarse de él, Lucifer deshonraría a su Creador y acarrearía la ruina sobre sí mismo. Pero la amonestación, hecha con misericordia y amor infinitos, solamente despertó un espíritu de resistencia. Lucifer permitió que su envidia hacia Cristo prevaleciese, y se afirmó más en su rebelión. Los ángeles reconocieron gozosamente la supremacía de Cristo, y postrándose ante él, le rindieron su amor y adoración. Lucifer se postró con ellos, pero en su corazón se libraba un extraño y feroz conflicto. La verdad, la justicia y la lealtad luchaban contra los celos y la envidia. La influencia de los santos ángeles pareció por algún tiempo arrastrarlo con ellos. Mientras en melodiosos acentos se elevaban himnos de alabanza cantados por millares de alegres voces, el espíritu del mal parecía vencido; indecible amor conmovía su ser entero; al igual que los inmaculados adoradores, su alma se hinchió de amor hacia el Padre y el Hijo. Pero luego se llenó del orgullo de su propia gloria. Volvió a su deseo de supremacía, y nuevamente dio cabida a su envidia hacia Cristo. Pronto los sentimientos de Lucifer se diseminaron por todo el cielo. El cielo estaba ahora en peligro. La mentira y los engaños del enemigo confundieron mentes celestiales que comenzaron a reconocer sus ideas y pronto se levantaron en contra del gobierno celestial.
En el cielo reinaba la paz. Todo era perfección y en obediencia los celestes ángeles daban loor y honra a Dios. Jesucristo fue reconocido como uno igual a Dios y se le fue concedido el loor que al padre se le tributaba. Sin embargo, en el mismo cielo se originó el pecado. Satanás permitió que en su corazón surgieran sentimientos de egoísmo, envidia y pronto su corazón pervirtió su pensamiento. Ahora la perfecta armonía del cielo estaba quebrantada. La disposición de Lucifer de servirse a sí mismo en vez de servir a su Creador, despertó un sentimiento de honda aprensión cuando fue observada por quienes consideraban que la gloria de Dios debía ser suprema. Reunidos en concilio celestial, los ángeles rogaron a Lucifer que desistiese de su intento. El Hijo de Dios presentó ante él la grandeza, la bondad y la justicia del Creador, y también la naturaleza sagrada e inmutable de su ley. Dios mismo había establecido el orden del cielo, y, al separarse de él, Lucifer deshonraría a su Creador y acarrearía la ruina sobre sí mismo. Pero la amonestación, hecha con misericordia y amor infinitos, solamente despertó un espíritu de resistencia. Lucifer permitió que su envidia hacia Cristo prevaleciese, y se afirmó más en su rebelión. Los ángeles reconocieron gozosamente la supremacía de Cristo, y postrándose ante él, le rindieron su amor y adoración. Lucifer se postró con ellos, pero en su corazón se libraba un extraño y feroz conflicto. La verdad, la justicia y la lealtad luchaban contra los celos y la envidia. La influencia de los santos ángeles pareció por algún tiempo arrastrarlo con ellos. Mientras en melodiosos acentos se elevaban himnos de alabanza cantados por millares de alegres voces, el espíritu del mal parecía vencido; indecible amor conmovía su ser entero; al igual que los inmaculados adoradores, su alma se hinchió de amor hacia el Padre y el Hijo. Pero luego se llenó del orgullo de su propia gloria. Volvió a su deseo de supremacía, y nuevamente dio cabida a su envidia hacia Cristo. Pronto los sentimientos de Lucifer se diseminaron por todo el cielo. El cielo estaba ahora en peligro. La mentira y los engaños del enemigo confundieron mentes celestiales que comenzaron a reconocer sus ideas y pronto se levantaron en contra del gobierno celestial.
2
Dios creó todo perfecto. La tierra gozaba del sello de la santidad
de su creador. El paisaje sobrepujaba en hermosura los adornados jardines del
más suntuoso palacio de la actualidad. La hueste angélica presenció la escena
con deleite, y se regocijó en las maravillosas obras de Dios.
Una vez creada la tierra con su abundante vida vegetal y
animal, fue introducido en el escenario el hombre, corona de la creación para
quien la hermosa tierra había sido aparejada. Dios creó al hombre conforme a su
propia imagen. No hay en esto misterio. No existe fundamento alguno para la
suposición de que el hombre llegó a existir mediante un lento proceso evolutivo
de las formas bajas de la vida animal o vegetal. Tales enseñanzas rebajan la
obra sublime del Creador al nivel de las mezquinas y terrenales concepciones
humanas. Los hombres están tan resueltos a excluir a Dios de la soberanía del
universo que rebajan al hombre y le privan de la dignidad de su origen. Dios
mismo dio a Adán una compañera. Le proveyó de una “ayuda idónea para él,”
alguien que realmente le correspondía, una persona digna y apropiada para ser
su compañera y que podría ser una sola cosa con él en amor y simpatía. Eva fue
creada de una costilla tomada del costado.
Fue su compañera perfecta y Dios celebró la primera boda en el Edén. De
manera que la institución del matrimonio tiene como su autor al Creador del
universo. Dios creó todo en seis días. Después de descansar el séptimo día,
Dios lo santificó; es decir, lo escogió y apartó como día de descanso para el
hombre. El sábado, señalando siempre hacia el que lo creó todo, manda a los
hombres que abran el gran libro de la naturaleza y escudriñen allí la
sabiduría, el poder y el amor del Creador.
Nuestros primeros padres, a pesar de que fueron creados
inocentes y santos, no fueron colocados fuera del alcance del pecado. Dios los
hizo entes morales libres, capaces de apreciar y comprender la sabiduría y
benevolencia de su carácter y la justicia de sus exigencias, y les dejó plena
libertad para prestarle o negarle obediencia. Debían gozar de la comunión de
Dios y de los santos ángeles; pero antes de darles seguridad eterna, era
menester que su lealtad se pusiese a prueba. En el mismo principio de la
existencia del hombre se le puso freno al egoísmo, la pasión fatal que motivó
la caída de Satanás. El árbol del conocimiento, que estaba cerca del árbol de
la vida, en el centro del huerto, había de probar la obediencia, la fe y el
amor de nuestros primeros padres. Aunque se les permitía comer libremente del
fruto de todo otro árbol del huerto, se les prohibía comer de éste, so pena de
muerte. También iban a estar expuestos a las tentaciones de Satanás; pero si
soportaban con éxito la prueba, serían colocados finalmente fuera del alcance
de su poder, para gozar del perpetuo favor de Dios.
3
El libre albedrío concedido por Dios a la primera pareja o a
los padres de la humanidad se dio en el mismo Edén al momento de manifestar su
lealtad con el fruto del árbol del conocimiento del bien y el mal. Satanás
encontró un nuevo campo de acción para desestimar a Dios. Su plan de dañar la
imagen de Dios se presentó en gran manera en el Edén. Como los ángeles, los moradores del Edén
habían de ser probados. Sólo podían conservar su feliz estado si eran fieles a
la ley del Creador. Podían obedecer y vivir, o desobedecer y perecer. Dios los
había colmado de ricas bendiciones; pero si ellos menospreciaban su voluntad,
Aquel que no perdonó a los ángeles que pecaron no los perdonaría a ellos
tampoco: la transgresión los privaría de todos sus dones, y les acarrearía
desgracia y ruina.
Los ángeles amonestaron a Adán y a Eva a que estuviesen en
guardia contra las argucias de Satanás; porque sus esfuerzos por tenderles una
celada serían infatigables. Mientras fuesen obedientes a Dios, el maligno no
podría perjudicarles; pues, si fuese necesario, todos los ángeles del cielo
serían enviados en su ayuda. Si ellos rechazaban firmemente sus primeras
insinuaciones, estarían tan seguros como los mismos mensajeros celestiales.
Pero si cedían a la tentación, su naturaleza se depravaría, y no tendrían en sí
mismos poder ni disposición para resistir a Satanás.
El árbol de la sabiduría había sido puesto como una prueba
de su obediencia y de su amor a Dios. El Señor había decidido imponerles una
sola prohibición tocante al uso de lo que había en el huerto. Si menospreciaban
su voluntad en este punto especial, se harían culpables de transgresión.
Satanás no los seguiría continuamente con sus tentaciones; sólo podría
acercarse a ellos junto al árbol prohibido. Si ellos trataban de investigar la
naturaleza de este árbol, quedarían expuestos a sus engaños. Se les aconsejó
que prestasen atención cuidadosa a la amonestación que Dios les había enviado,
y que se conformasen con las instrucciones que él había tenido a bien darles. Los ángeles habían prevenido a Eva que
tuviese cuidado de no separarse de su esposo mientras éste estaba ocupado en su
trabajo cotidiano en el huerto; estando con él correría menos peligro de caer
en tentación que estando sola. Pero distraída en sus agradables labores,
inconscientemente se alejó del lado de su esposo. Al verse sola, tuvo un
presentimiento del peligro, pero desechó sus temores, diciéndose a sí misma que
tenía suficiente sabiduría y poder para comprender el mal y resistirlo.
Desdeñando la advertencia de los ángeles, muy pronto se encontró extasiada,
mirando con curiosidad y admiración el árbol prohibido. El fruto era bello, y
se preguntaba por qué Dios se lo había vedado. Finalmente fue engañada por los
falsos argumentos del enemigo. Eva creyó
realmente las palabras de Satanás, pero esta creencia no la salvó de la pena
del pecado. No creyó en las palabras de Dios, y esto la condujo a su caída. das
las lecciones que Dios mandó registrar en su Palabra son para nuestra
advertencia e instrucción. Fueron escritas para salvarnos del engaño. El
descuidarlas nos traerá la ruina. Podemos estar seguros de que todo lo que
contradiga la Palabra de Dios procede de Satanás. Y ahora, habiendo pecado,
ella se convirtió en el agente de Satanás para labrar la ruina de su esposo.
Con extraña y anormal excitación, y con las manos llenas del fruto prohibido,
lo buscó y le relató todo lo que había ocurrido.
Una expresión de tristeza cubrió el rostro de Adán. Quedó
atónito y alarmado. A las palabras de Eva contestó que ése debía ser el enemigo
contra quien se los había prevenido; y que conforme a la sentencia divina ella
debía morir. En contestación, Eva le instó a comer, repitiendo el aserto de la
serpiente de que no morirían. Alegó que las palabras de la serpiente debían ser
ciertas puesto que no sentía ninguna evidencia del desagrado de Dios; sino que,
al contrario, experimentaba una deliciosa y alborozante influencia, que
conmovía todas sus facultades con una nueva vida, que le parecía semejante a la
que inspiraba a los mensajeros celestiales.
Adán comprendió que su compañera había violado el
mandamiento de Dios, menospreciando la única prohibición que les había sido
puesta como una prueba de su fidelidad y amor. Se desató una terrible lucha en
su mente. Lamentó haber dejado a Eva separarse de su lado. Pero ahora el error
estaba cometido; debía separarse de su compañía, que le había sido de tanto
gozo. Finalmente aceptó conscientemente. El manto de luz que los había cubierto
desapareció, y para reemplazarlo hicieron delantales; porque no podían
presentarse desnudos a la vista de Dios y los santos ángeles. Ahora Adán y Eva comenzaron a ver el
verdadero carácter de su pecado. Dios apareció y entregó maldiciones sobre cada
uno. Sin embargo, el mismo amor eterno se mostró en el plan de salvación que libraría
a la humanidad de su perdición.
4
Todo el cielo entró en tristeza, la tierra comenzó a
evidenciar las manchas terribles que el pecado causa. Con tristeza la primera
pareja reconoció su pecado y las consecuencias del mismo. El mismo cielo entró
en temor al ver lo sucedido. Los ángeles ansiosos esperaban el anuncio que manifestaba
el destino del ser humano. Hubo concilio en el cielo. Cristo debía ser la
solución al problema del pecado. l hombre se había envilecido tanto por el
pecado que le era imposible por sí mismo ponerse en armonía con Aquel cuya
naturaleza es bondad y pureza. Pero después de haber redimido al mundo de la
condenación de la ley, Cristo podría impartir poder divino al esfuerzo humano.
Así, mediante el arrepentimiento ante Dios y la fe en Cristo, los caídos hijos
de Adán podrían convertirse nuevamente en “hijos de Dios.” 1 Juan 3:2.
El único plan que podía asegurar la salvación del hombre
afectaba a todo el cielo en su infinito sacrificio. Los ángeles no podían
regocijarse mientras Cristo les explicaba el plan de redención, pues veían que
la salvación del hombre iba a costar indecible angustia a su amado Jefe. Llenos
de asombro y pesar, le escucharon cuando les dijo que debería bajar de la
pureza, paz, gozo, gloria y vida inmortal del cielo, a la degradación de la
tierra, para soportar dolor, vergüenza y muerte. Se interpondría entre el
pecador y la pena del pecado, pero pocos le recibirían como el Hijo de Dios.
Dejaría su elevada posición de Soberano del cielo para presentarse en la
tierra, y humillándose como hombre, conocería por su propia experiencia las
tristezas y tentaciones que el hombre habría de sufrir. Los ángeles se
postraron de hinojos ante su Soberano y se ofrecieron ellos mismos como
sacrificio por el hombre. Pero la vida de un ángel no podía satisfacer la
deuda; solamente Aquel que había creado al hombre tenía poder para redimirlo.
No obstante, los ángeles iban a tener una parte que desempeñar en el plan de
redención. Cristo iba a ser hecho “un poco ... inferior a los ángeles, para que
... gustase la muerte.” Entonces un indecible regocijo llenó el cielo. La gloria
y la bendición de un mundo redimido excedió a la misma angustia y al sacrificio
del Príncipe de la vida.
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